- "No lo olvides: eres mía."
Sus palabras resuenan aún junto al eco de esa canción que os ensordecía a las 23:46 exactas, preciso instante que duró un suspiro y cuatro latidos retumbando en tus orejas. Momento en el cual supiste que ya no había vuelta atrás, soplo de tiempo en el cual sentiste pánico, terror, espanto y ganas de salir corriendo: eres suya, estás en sus brazos y entrelazada en las mil cuerdas de este juego de dulce tortura que te captiva tanto como te espanta.
...pero sabes tan bien como él que en esa brizna de espacio no sentiste más terror de lo que te regozaste en serenidad, valentía y... sí, tranquilidad. Juego de dulce ternura, incluso.
Eres suya, te regodeas en sus pensamientos y eres la primera en su lista de deseos. No sientes peligro sobre su cuerda floja, y sus ataduras no son más que un juego. Un juego que ambos conocéis pero él controla, dejándote a merced de su idea de a quién le toca ganar; nunca revelando resultados hasta el final, pero recordándote a cada instante dónde estás y quién eres; de quién eres y por qué.
No te deja escapar de ti misma, y se hunde en cada fibra de tu ser, a la vez que tú hundes tus uñas en su espalda y los dientes en su cuello, tratando de plasmar tus mil y una cicatrices en el lienzo que es su piel. No hay semejanzas que contar entre vosotros, y a la vez no imaginas a nadie más simétrico. No existen desarrollos más perfectos a esos proyectos aún en progreso de los cuales te rodeas a cada paso.
Sus palabras resuenan en cada hebra, cada fiamento, cada brizna de lo que eres, creando ese eco a cuyo son ya no haces más que bailar, pensando en la ironía de dejarte enjaular cuando en ningún momento has dejado de volar.
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